Carlos Pott
Ese pobre pelo... ¡cargando con Jennifer Aniston allá donde lo invitan! |
Brave, de técnica,
aun con numerosas filigranas, balbuceante y primitiva, y de guion, aun con
contadas alegrías, tosco, es otra película familiar
que habremos de evitar que vean esos hijos que ya nunca tendremos. Nos recuerda
también por qué algunos resistimos numantinamente en las ruinosas iglesias de
nuestro viejo sexo: ¿cómo podría yo tornarme mujer y soportar al punto verme
impelida a sostener un discurso sobre la feminidad a la que, con mayor o menor
fortuna o convicción, me adhiriera? Por lo que llevo visto en las películas, no
hay una forma de ser mujer que conserve afirmativamente los rasgos esenciales
de lo femenino (que coincida en algo con Jennifer Aniston) sin estar asfixiada
discursivamente (porque pronto descubre que la capacidad para sostener discursos
es un atributo exclusivo de lo masculino). Y entonces, la pregunta peliaguda:
¿estaría dispuesta yo, por el bien de mis posiciones, a ser una mujer off Hollywood?
Britney dans le carrefour. |
El origen del conflicto entre reina y princesa coincide con el comienzo de una pubertad tan ilustre que llama al casamiento perentorio de la moza con el primogénito de la familia más principal de alguno de los clanes amigos de la verde Escocia. Tras la peripecia epifánica con la madre, Merida habrá tomado una decisión que anunciará ante el contento de los presentes (dando pie a que se amen los sirvientes, algo que, según la lógica del teatro barroco, solo puede ocurrir cuando los señores gozan de reposo sentimental): la muchacha va a esperar un poco para casarse. Todo ello en nombre del amor, claro, que será el garante de la durabilidad futura de la unión. El gesto procura a un tiempo la felicidad personal de la princesa, el bien de los súbditos y la estabilidad de las relaciones políticas.
Dado que de todos era sabido que la princesa no iba a casarse entonces (así nos lo indicaba la astrosa planta de los pretendientes), solo queda preguntarse de qué manera podría haberse resuelto el asunto sin necesidad de confirmarnos que, también en lo moral, Brave es un remake desafortunado de Mulan y Pocahontas.
a) la protagonista podría haber declarado su homosexualidad;
b)
la protagonista podría haber declarado alguna
pasión zoófila;
c) la protagonista podría haber declarado su pasión amorosa por algún miembro de la familia;
d) la protagonista podría haber declarado la voluntad de romper los tabúes del incesto (y el incesto mismo) estableciendo una floreciente comunidad de amor inter-familiar;
c) la protagonista podría haber declarado su pasión amorosa por algún miembro de la familia;
d) la protagonista podría haber declarado la voluntad de romper los tabúes del incesto (y el incesto mismo) estableciendo una floreciente comunidad de amor inter-familiar;
e)
la protagonista podría haber declarado su
intención de usar el sexo exclusivamente en beneficio propio, excluyéndolo de
los ciclos sentimentales y sus instituciones reguladoras;
f)
la protagonista podría haber declarado su
oposición a toda forma de sexualidad.
Como han advertido, desde a hasta d nos enfrentamos
a opciones tradicionalmente criminalizadas. La criminalización, como se ve en a, es reversible (aunque nos tememos que
a la pedofilia o al incesto les quedan algunos siglos de ostracismo). Por su
parte, las opciones e y f esconden una tal fuerza a-normativa que
solo han sido parcialmente asimiladas (aunque de forma necesaria, pues representan formas esenciales, por fronterizas, del comportamiento sexual) a
través de la profesionalización, que puede ser más fácilmente controlada. Quizá
a nadie se le escape que los nombres más comunes que se les ha dado a e y a f son los de prostituta y monja.
Una vieja película, en la que es probable que también ustedes piensen cada día, se daba cuenta como yo de que la prostituta y la monja, aun cuando degradaciones conceptuales, solo pueden tener cabida en experiencias cinematográficas extremas. No es difícil apreciar que el segundo número de The sound of music (Sonrisas y lágrimas, 1965), “Maria” y, más concretamente, su embriagador ritornello –“How do you solve a problem like Maria?”- es tanto la presentación de un conflicto exquisito como un comentario sobre el palimpsesto que yace bajo la película resultante: otra película que-no-puede-ser-pensada que ofrecía a la monja como modelo épico de consumo familiar.
Reticentes... |
...erotizados. |
La tensión formal (el pelo que nunca crece como prueba de una virginidad que amenaza con ser indeleble, la irrupción de Eleanor Parker como baronesa híper-oxigenada) se hace, como recordarán, casi insoportable.
Ni prostituta ni monja, la protagonista de Brave es una niña-bien llamada a tomar
una decisión que salve a los niños de la loca extravagancia mediante
su ejemplo sacrificial y su asqueroso sentido de la responsabilidad. La
incapacidad del cine familiar-formativo de hablar de sujetos que no ostenten
poder, para mejor poner a prueba la toma de decisiones del individuo en aras
del bien común (como Juanjo Puigcorbé en Felipe y Letizia) podría ser confundida por
el español medio con una cierta
filiación con el despotismo ilustrado, pero se trata de otra muestra de
post-comunismo: una superación asimilativa que descubrió en el seno de la
industria cinematográfica que el ascetismo cenizo de la iglesia protestante (al
parecer demasiado ocupada para encargarse de la opresión de sus fieles, que
delegó en ellos) y el miedo patológico del comunismo a todo excedente (a toda imaginación) podían ser una misma cosa y quedar contenidos en el cuerpo de
una princesa Disney (condenada, en el mejor de los casos, a ver cómo el mundo
florece a su alrededor, los animales son sorprendidos por festivas plasticidades,
todo vibra y se transforma… y ella no).