Carlos Pott
(¡Ah, ese día en que haga el blog que quiero hacer y escriba las entradas cortas y certeras como el rayo que quiero escribir!)
Al otro lado, el otro infierno. |
Por su parte, el muy célebre musical My fair lady (al que parece inspirar el
empeño de desmontar todos los valores que inflaman la obra) opta por representar el aprendizaje como una iluminación repentina, y así queda sintetizado en este
numerito, "The rain in Spain stays mainly in the plain", que les pongo en la versión cinematográfica:
La película de George Cukor me es muy antipática por
muchas razones, y no es la menor entre ellas que sea incapaz de celebrar el genio intempestivo de su protagonista y de poner en su sitio el desparpajo de la aprendiz. Pero el musical ya se rendía a Eliza Doolitle con una canción que sirve de respuesta al rapapolvo del
profesor en su último encuentro e invierte los valores hasta legitimar las quejas de Eliza por la falta de caballerosidad del venerable
Higgins. En ella, además, Higgins se muestra sentimental de una forma que solo
puede tenerse por deshonrosa, y se nos insinúa que no se ofende por las
groserías de Eliza, sino porque en verdad la quiere y no puede ya vivir sin
ella. Algo impensable para un hombre tan respetable.
Los desplantes de Eliza son demasiado dolorosos
y suponen el más reprobable catálogo de traiciones a un maestro. Veamos:
-Eliza
pretende reproducir miméticamente lo aprendido para ganarse a su vez la vida
como profesora de fonética, aun cuando no entienda el sustrato de esos
conocimientos (al fin y al cabo, Eliza no ha sido enseñada, sino educada o formada).
-Eliza exige que el trato de su maestro hacia ella cambie atendiendo a su nuevo yo, que él ha creado. La explicación del profesor Higgins -él trata en todo momento a todos con igual desprecio- no es suficiente para una Eliza Doolitle que, si fue testaruda, es ahora insoportablemente fatua.
Representación simbólica de Eliza en su caída. |
-Eliza exige que el trato de su maestro hacia ella cambie atendiendo a su nuevo yo, que él ha creado. La explicación del profesor Higgins -él trata en todo momento a todos con igual desprecio- no es suficiente para una Eliza Doolitle que, si fue testaruda, es ahora insoportablemente fatua.
Si George Bernard Shaw renunciaba a describir los métodos educativos,
el musical hace exactamente lo que se espera de él:
arrebatárselos al lenguaje. No los omite, lo cual agradecemos (porque
lo que en el teatro es una decisión sobre la distribución del espacio y su
relación con la división temporal operada por los actos, en el cine se convertiría
en una elipsis), sino que devalúa su contenido hasta convertirlo en un
fogonazo, en la mera constatación de un fenómeno.
El cabled sweater de Ralph Lauren, a pesar de todo. |
El liderazgo de Violet se impone como presupuesto desde el
inicio y resiste a las dudas, las insidias de los personajes que representan la
normalidad (que vuelve a quedar desvelada como la más vil de las opciones socio-políticas)
o las puntuales traiciones de sus amigas (así su amiga de acento británico
impostado, que pronto le cuenta a Lily que Violet es una huérfana psicótica de
verdadero nombre Emily Tweeter).
"This scent and this soap is what gives me hope." |
¡DANCE CRAZE! |
“This obsession with intelligence, do you think it has some
magical quality transforming everything?”.
Desde luego, no es la inteligencia la que transforma las
cosas. Y concitar fuerzas
de transformación es, al fin y al cabo, la que debería ser la tarea del líder
político. Si no las revela a sus seguidores y se limita a dejarse impulsar por
ellas sosteniendo una ficción de lo inexpresable, habrá cerrado el círculo
perfecto y habrá devenido líder religioso. Violet cree que la inteligencia es
un instrumento más para su actividad y por eso celebra los clichés (que ella siempre está dislocando) como una forma depurada de verdad. La
idea es poderosísima: si todo el saber del mundo fuera
sintetizado en un número limitado de aforismos, el buen comportamiento estaría
más a mano y las soluciones a los problemas serían más rápidas. Es otra de las
formas en que Violet se presenta como el personaje perfecto para un musical, o la
artista pop definitiva.
El impostor robacorazones que canta como los ángeles. |
Violet, solitaria cual lideresa, parece completamente
consagrada a vivir una idea que formula el profesor Higgins en la escena final de Pygmalion:
“Independence? That’s middle class blasphemy. We are all
dependent on one another, every soul of us on earth”.
Trabajar por ella solo puede implicar su comprensión
intelectual y esta, necesariamente, un progresivo apartamiento de su verdad.
Solo quien es asediado por imágenes amenazadoras que representan los lazos
atávicos que le unen en estricta dependencia a los otros sabe de la debilidad
de estas uniones. Solo a quien es llamado a su respeto reverencial, se le acaba
por representar como una aspiración lo que debía ser una certeza. La relación
docente, en la que quien se sintiera solo se consagra al crecimiento espiritual
del otro, es una solución transitoria cuyo final pueblan numerosas angustias,
todas ellas inscritas en la última escena de Pygmalion,
y graciosamente dilatadas (aunque integradas en cada mohín de la protagonista) en Damiselas en apuros: que el pupilo no sepa responder con gratitud al amor (y la indigencia) que inspira a todo tirano, que el pupilo caiga en ese estadio infantil prolongado propio de la madurez que conduce al desprecio de toda autoridad.
De Damiselas en apuros siempre nos quedará la fe que revoluciona
y embriaga sus rancios modales. Lo que hace de ella un credo es la
forma en que lleva a triunfar las cerriles convicciones de Violet hasta
convertirlas en toda forma posible de lucidez (lo que implica, por fin, la glorificación
de lo repipi). Es un proyecto de orden místico
proponer personajes intolerables para convertirlos progresivamente en figuras
heroicas, no al mediar alguna transformación, sino por el refinamiento opaco de
su auto-enajenación.
Profesores sin chaquetilla de lana: no existís. |