sábado, 14 de julio de 2012

A la mierda el esfuerzo


MGV

El otro día, mientras paseaba por un muelle, me puse a imitar los andares de Michael Corleone en su paseo con Kay a lo largo de una calle arbolada. Michael ha regresado de Italia y, sin avisar, acude a buscarla al trabajo. Durante el camino, él revela haber aceptado formar parte de su familia, pero habla como si no lo hubiera hecho o, más bien, como si no supiera lo que hace. Kay no soporta los eufemismos ni su fingida ignorancia y le confronta la realidad. Michael abandona los rodeos para esgrimir su argumento final: la verdadera ignorancia estaría en pensar que el mundo es peor que su familia.
Pero no quiero desviarme. Lo que me interesa no son los requiebros éticos de la conversación, ni el sinuoso renacer de la historia amorosa sino, precisamente, los andares de Michael. Puedo ponerme paralelista y decir que las medias circunferencias que describen sus piernas son reflejo de las medias palabras con las que pretende deslizar su entrada en el lado oscuro, pudo afirmar también que la variación que suena del vals de Nino Rota abre con unos bucles melancólicos y arrastrados que se enredan en el discurso hipócrita del personaje, pero estaría traicionando lo único de lo que sigo queriendo hablar y que es, sin duda, lo que más me gusta del la trilogía: la manera en la que Al Pacino mueve sus piernas en esta escena, menos interesado en avanzar que mecerse (Vean a partir de 0:40 y recuerden, si gustan, el desenlace de Un profeta).


Entonces fui débil y pensé que el Coppola que habría especificado la distancia a la que el coche debía seguirlos, el mismo Coppola que decidió que el carácter naif de la conversación se encarnaran un extra con cuerpo de niño en bicicleta y su perro, ese mismo Coppola, habría recorrido él mismo minutos antes por ese camino, enseñándole a Pacino exactamente con qué ángulo y qué velocidad debía zarandear sus piernas, y luego habría ordenado repetir la toma hasta la extenuación del actor para conseguir el efecto deseado, como si en el arte existiera una necesaria correlación entre esfuerzo y hallazgo.
Ande yo caliente, ríase la gente.
Nos encanta, como espectadores o lectores, afirmar aquello de que precisamente lo más sencillo, exige un trabajo colosal. Sentenciamos que los diálogos más naturales de una novela, aquellos con una impresión de oralidad más notable, que parecen calcados de la calle, exigieron en realidad horas y horas de notas, apuntes y pulimientos hasta parecer reales. Y supongo que, en ocasiones fue así y, en otras tantas, no. Hubo una vez un escritor orfebre encerrado en su cuarto, encajando y tachando palabras durante meses, pero también hubo un señor que salió a la calle y plantó una grabadora en una mesa de café o, sencillamente, un señor con facilidad para ponerse a encadenar frases sin pensar y que sonaran bien. Este señor, este último, es la madre de todas nuestras pesadillas porque amenaza con hacernos sentir ridículos. ¿Y si una obra maestra apenas exigió esfuerzo, no nos estará tomando el pelo? La velocidad y el tocino, again.
Pero ojo, Mariscal, que una cosa es
una cosa y otra es aliviarse siempre
con cuatro garabatos. 
Duchamp, con su invento del ready-made, aquellos cacharritos que montaba sin ton ni son y que querían ser aestéticos (brillante intento, feliz fracaso), redujeron a cenizas el valor del esfuerzo y la orientación de la voluntad autoral, desestabilizando nuestro esquema de valores, pero hemos conseguido olvidarlos.
Explican los críticos, cuando hablan del cine de José Luis Guerín, que aunque parezca el hombre se ha dejado la cámara encendida en cualquier calle y nos esté cascando por la cara un plano fijo de gente paseando durante dos minutos, en realidad son composiciones cuidadísimas, en las que el director decide qué extra tiene qué pasar por dónde, si en bicicleta o a pie y cada cuánto habrá un donnadie entrando o saliendo de escena. Si ellos lo dicen, será así. Lo que me preocupa es que necesitemos reafirmarnos en que hay un trabajo laborioso detrás, para no sentirnos estafados. Si Guerín pone una cámara a grabar e, improvisando, pone allí a desfilar a un puñado de mindundis y la película le queda maja, chapó.
Y si a Rosales le da por hacer una película con actores no profesionales y sin repetir ni una sola escena, habrá que preocuparse por el resultado, pero no por si Rosales, lo que quiere en realidad es ahorrarse el dinero o escatimarnos esfuerzos.

Rosales hubiera hecho el mundo en un día. Y le sobraban seis.
Eso sí, sería un mundo sin diálogos.

Ningún artista nos debe el sudor de su frente y estará bien que lo emplee solo en la medida en que lo necesita para hacer algo decente. Aflojemos las envidias: los artistas y los funcionarios, cuanto menos trabajen, como todo el mundo, pues mejor para ellos. Por mi parte, estupendo si Pacino improvisó aquel balanceíto tan mono, o si ni siquiera fue consciente de lo que hacía y, desde luego, bravo por los que puedan parir una obra maestra de buenas a primeras, sin haber leído demasiado, en media hora, sin despeinarse y mientras consultaban compulsivamente el estado de su maltrecha economía por internet.

8 comentarios:

  1. Carlos Muñoz Somolinos16 de julio de 2012, 14:10

    ¿Desublimando el arte, querido? Toujours à l'avant-garde!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Manuel Guedán Vidal16 de julio de 2012, 22:46

      ¿Te imaginas un hombre tumbado en una colchoneta hinchable, dentro una piscina, sosteniendo un cocktail durante una calurosa tarde de verano ? Ahora imagínalo en la misma posición, en la misma piscina y con el mismo cocktail pero en un día de invierno.
      Así serán mis posts a partir de ahora.

      Eliminar
  2. Sugerente idea... Habrá que confirmarla.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Manuel Guedán Vidal23 de julio de 2012, 14:05

      Qué alegría verte de nuevo por aquí, Pura. Me gusta pensar que tu regreso tiene que ver con que
      e he incorporado tus críticas sobre estilo y tono de los posts.
      Aunque todo esto va de prueba y error y no sé cómo seguirá: gracias.

      Eliminar
  3. ... Manuel, de los andares de Al Pacino a los intríngulis de la creación cinematográfica, merodeando en el sentido del esfuerzo y el resultado, y girando por la situación actual (... los funcionarios, artistas y recortes)... Espectacular.

    Ahora si me permites la frivolidad me quedo con los andares de Al Pacino no sólo en la trilogía de EL PADRINO sino en prácticamente toda su filmografía. Me vuelven loca sus andares en ATRAPADO POR SU PASADO (Carlito's Way)..., ¿hacia dónde nos llevarían esos andares?

    Besos
    Hildy

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Manuel Guedán Vidal23 de julio de 2012, 14:13

      No he visto Atrapado por su pasado pero, me temo, es algo que no debería posponer más tiempo. Me encanta saber que compartimos el gusto por cómo este señor mueve sus piernecitas, al tiempo que me entristece -me jode, en realidad- saber qué las películas por las que las pasea últimamente harán que ni siquiera me acerque a verlas.

      Eliminar
  4. Casi convencida por un enunciado normativo como el que nos regalas: "ningún artista nos debe el sudor de su frente y estará bien que lo emplee solo en la medida en que lo necesita para hacer algo decente”, he recordado aquella otra frase del refranero popular que dice que “la experiencia hace al maestro” y el conflicto -nomos dialecticus- me ha puesto a pensar. Así, tu persuasivo post me ha sugerido algunas cosas:
    1)Que, posiblemente, hablar del “esfuerzo” del artista sea, en sentido estricto, una imprecisión si entendemos “esfuerzo” como “trabajo” y “trabajo” como mercancía. Es posible que la búsqueda artística esté impulsada por cierto tipo de obsesión que, voluntarista como es (o como se supone que es: nadie está obligado a ser “artista”), diluiría, convirtiéndolo en el gozo de la ocupación placentera, el sufrimiento que acarrea cualquier otro trabajo realizado a contra-voluntad.
    2)Que también es un tópico histórico el que relaciona el oficio del arte con la actividad contemplativa (perdóneseme el oxímoron). Así, por ejemplificar con un caso entre miles, Balzac dictaminaba en su “Tratado de la vida elegante” que en un mundo dividido en tres clases de seres […] “el hombre que trabaja” […], “el hombre que piensa” y el hombre que no hace nada (y que se dedica a la “vida elegante”), “el artista es una excepción: su ocio es un trabajo, y su trabajo un descanso; […] tanto cuando se ocupa de no hacer nada como cuando piensa una obra de arte sin parecer ocupado”.

    Y estando de acuerdo contigo en tu implícita defensa del ocio (una vez que aclaramos que el ocio se opone al trabajo mecánico pero no necesariamente a la ocupación placentera y al juego), lo que de verdad me ha ocupado, al tratar de entender tu frase, es la palabra “decente”. Pues, a fin de cuentas ¿qué tipo de resultado es el que calificamos como “decente” o acertado y de acuerdo a qué criterios? Si nos desprendemos, como hijos de nuestra época, de cualquier esencialismo que otorgue mayor o menor “perfección” a un producto cultural determinado, tendremos que admitir que los criterios que califican a cualquiera de esos productos como “decentes” son tan volubles y tan confinados en su particular momento histórico como nuestro estado de ánimo en un día de lluvia. Y, por tanto, tal vez sea este esfuerzo el que ya no podemos permitirnos escatimar: el de forzarnos a consumir cualquier cosa para educar el “gusto” (ese otro concepto tan resbaladizo) con el fin de, tal vez (pues esto tampoco es seguro), aprender a distinguir lo que es más acorde con lo que pensamos que el arte (y la expresión artística) podría ser/decir en nuestro tiempo, o para, simplemente, decidir lo que a nuestro humilde entender parece “mejor”. El artista, pues, no nos debe sus sudores, pero más valdrá que un consumidor crítico de arte se tome la molestia de sudar un poco (en la recepción de lo que como arte le ofrecen) antes de decantarse por la “decencia” o la “indecencia” de lo que los “artistas” ofrecen como productos artísticos y conciben como (¡ay!: ¿quién dice que lo son?) “genialidades”.

    Escrito lo anterior, no me cabe duda de que Al Pacino es un actor cuyos personajes tienen andares que resultan deliciosos de ver, e incluso (tal vez) de imitar.

    Enhorabuena por tu escritura.

    Abrazos,
    Catalina

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Manuel Guedán Vidal23 de julio de 2012, 14:34

      Querida Cata, abres el post por muchos lados, cosa que le viene bien, para denunciar sus desaciertos y apresuramientos, y me pones a mí en el brete de recoger todas las direcciones que abres, empresa que intentaré y en la que fracasaré, así que te pido disculpas por todo lo que no pueda abarcar sobre lo que planteas, tan serenamente argumentado.
      1) Posiblemente, mi problema está en que, según lo concibo hoy en día, con sus derechos de autor y sus afanes de remuneración salarial que los artistas exigen como derecho propio, entiendo la labor artística como un trabajo más (otra cosa es la obra). No sé yo cuánto de voluntarista sea esta ocupación, toda vez que parece tan importante que cobren un sueldito para poder seguir practicándola.
      2)Bella cita, sin duda, para que le demos otra vuelta a lo de ser artista.
      Donde digo "decente" podría decir "potable", "válido" o cualquier otra palabra que suene aún peor. En definitiva se trataba de poner una palabra vacía que sirviera de cajón de sastre para que cada cual pusiera ahí eso que tú tan acertadamente defines como el estado de ánimo en un día de lluvia y que es, realidad, el gusto. No podría estar más de acuerdo, y así lo defendí en posts anteriores, que el que tiene que sudar (entre otras cosas para pagar el IVA) es el público y no el autor.
      Nadie dijo que esto del arte fuera justo, ni igualitario. Como mucho, fraternal.

      Otro abrazo para ti.

      Eliminar