viernes, 1 de junio de 2012

Moneyball vs. Guardiola


MGV

Hoy me he levantado bastante preocupado al darme cuenta de que, en lo que va de año, solo he visto una película. Eso sí, la he visto cada día.

Quizás en los 90 uno aún podía pensar que
sería mejor profesor de lo que fueron con él.
Hace un par de años, corrompido el espíritu por Robin Williams (más por el El indomable Will Hunting que por el El club de los poetas muertos) y dispuesto a ser un profesor molón aunque tuviera que dejarme la dignidad en el camino, les dije a los alumnos que teníamos mucho que aprender de Cervantes, entre otras cosas, porque en vida había sido un fracasado (su vocación frustrada de poeta, encarcelado por asuntos fiscales y una mano entregada en vano). Un alumno me interrumpió al punto para preguntarme que si Cervantes era un fracasado a santo de qué teníamos que estudiarlo. Sus compañeros se rieron de él y yo me escandalicé. No me pasaré ahora de humilde para darle la razón, pero sí diré que aquel chaval le aplicó una conveniente dosis de corrección a mi romanticismo de la derrota.
No quiero decir con esto que a Moneyball le falten virtudes para ser la mejor película desde El árbol de la vida (la presencia de Brad Pitt en ambas no es coincidencia), pero sí que quiero, a través de este  excurso biográfico, denunciar de antemano mis debilidades con el tema (y con un consejero gordo y con una niña que, pertrechada de una guitarra, lleva a su padre al llanto).

Quizás en los 90 uno aún podía arengar a las tropas.
Sería facilón decir que Moneyball da una vuelta de tuerca al subgénero deportivo (la sola expresión ya da escalofríos). No obstante, su principal hallazgo —un tono espiritual mate, mediotíntico y de permanente casi— se hace especialmente visible en los momentos en los que lanza guiños (que no puyas, porque Moneyball es una película que incluso en chándal sabe ir elegante) al género. Así nos encontramos ante una revisión de diversos iconos del cine deportivo, como el discurso de motivación  del míster. Cumpliendo con su papel, ante la mala racha del equipo, Pitt entra al vestuario:
Billy Beane: Escuchadme todos [escupe en un vaso]. Puede que no parezcáis un equipo ganador, pero lo sois. Así que [pausa, alza el pulo a media altura], jugad como tal.
Los jugadores intercambian miradas de desconcierto. El vestuario se queda en silencio. Pitt se marcha.

Quizás en los 90 se podía dar consejos.
Otra cosa por la que le deberemos eterna reverencia a Moneyball es por habernos enseñado que «pedagógica» puede ser un piropazo que echarle a una película. Como les decía, las enemigas de Sorkin no son Evasión o victoria, Carros de fuero, Alí o Space Jam (¿se imaginan?), sino El discurso del rey y Yo, también (película que de haber producido o distribuido Harvey Weinstein seguro que se hacía, por lo menos, con las estatuillas de interpretación) y aquellas películas de superación que pueden hacer estragos entre quienes no alcancen a hacerles frente.

La medida de las cosas.

Las loas a la cultura del esfuerzo y los consejos de el que la sigue la consigue, o alcanza el que no se cansa, son frases repentinamente envejecidas. El liberalismo quiso convencernos de que el triunfo estaba al alcance de la perseverancia de cualquiera; su hipertrofia actual, en cambio, nos ha mostrado que el fracaso ya no es nominativo ni vinculante, sino que es social y predestinado. Nunca pensó el capitalismo que esta sería su última lección a la ciudadanía: fracasar ya no es un motivo de exclusión, ni un logro personal, sino un derecho casi constitucional.

Pero ven lo que les decía. En cuanto me dejo ir, me sumo aquellos que subliman o romantizan el fracaso. Otra debilidad  imperdonable. Fracasar da asco. Y por eso Moneyball es pedagógica, sin dejar de ser una paráfrasis del Beckett que afirmaba: Poco a poco. Hasta por fin levantarse. Ahora fracasa mejor…Ahora fracasa mejor… Peor. No hay futuro en esto… Por desdicha. Sí.

Cuando me hablan de Induráin, yo
me acuerdo de aquel que no salía en la
foto: Fernando "el sufridor" Escartín.
Moneyball es una película sobre el arrinconamiento de la dignidad  —peor, sobre su futilidad—. Su final no está punteado por un cronometro agonizante o un home run in extremis,  sino por tres frases escritas que sellan, no ya un fracaso, que vale, sino la circularidad y perpetuidad de ese fracaso, que ya jode más.
Por nada del mundo me gustaría que renunciáramos a la narrativa del deporte, pero habrá adaptarla a los tiempos, desarmar su lógica del esfuerzo y despojarla de reduccionismos que nos imponen.  Si hay que elegir en la lógica guerravicilista que enfrenta a  Guardiola y Mourinho quizás me quede con la panza enfundada en un chándal gris de Bielsa o con el espíritu desincero y melancólico de un Emery despreciado por los suyos.
Oh capitán, mi capitán
(reloaded and unfashioned)
Corren malos tiempos para  la épica y el lenguaje del éxito. Billy Beane no es carismático, no viste diseños de Disquard2 o Toni Miró, no lee a Miquel Marti i Pol y no pone vídeos de Gladiator a sus jugadores pero, sobre todo, no defiende el  tiqui-taca, el savoir faire ni el talento. Más bien al contrario: Beane asfixia la creatividad con un método matemático que ni siquiera es idea suya; se limita a encontrar un cerebrín, que a su vez copia un libro, y defender el modelo, pero incluso en eso  fracasa cuando cede a la superstición y abandona el campo en plena racha de triunfos de su equipo. Con esta renuncia Beane abdica de la racionalidad de su sistema y de lo único que lo ha venido manteniendo a flote: su fe en él. 


Si a Educación Física nos hacían ir en chándal era por algo.
Y me dirán que había flashbacks redundantes y les 
daré la razón, aunque apostando a que la culpa es más de la propia noción de flashback que del guion de Sorkin. Pero por favor no me interrumpan ahora, que ya termino. No pude hablar de cómo Jonah Hill condensa en cada gesto el espíritu retenido de la película, ni de cómo su personaje es todo caballero que se precia de no molestar a la trama con conflictos personales o epifanías privadas. No tuve tiempo. Ahora es tarde. Ya no queda tiempo más que para hablar de esa canción que cierra la película, en la que la niña varía la letra del original para acabar diciendo lo único que se le puede cantar a  un padre, lo que yo le cantaría al mío y lo que ya le oigo a mi hijo cantarme a mí: you’re such a looser dad, you’re such a looser dad.

4 comentarios:

  1. Manu, aquí un comentarito para decirte que me parece que el blog es colosal! a día de hoy es el único blog de cine que sigo (más bien creo que es el único blog que sigo, te soy un poco chapada a la antigua). cuánto insight, cuántas risas! carlos et tú haceis una pareja de doses memorable. y habeis logrado articular muchos de mis baruntos cinematográficos de los últimos años (ay woody), además de permitirme entender puntos de vista que jamás hubieran pasado por mi cabezota (cómo debe ser amar a nicole kidman) ánimos y seguíd así!

    besines desde NY Lauren

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  2. Manuel Guedán Vidal5 de junio de 2012, 18:53

    Qué alegría, Lauren, saber que sigues pyr y que le encuentras fundamento. Todo sea por seguir yendo a las películas de Woody Allen, pero ahora con conciencia de culpa o por rescatar a la Kidman de su inmerecido olvido.
    Es muy emocionante pensar que habrá una pantallita rosa titilante entre las ventanitas de Brooklyn.
    Un beso grande

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  3. Mi querido Manu

    No he visto Moneyball pero me ha hecho pensar mucho toda la reflexión que desarrollas sobre la plasmación del fracaso en la pantalla o sobre la percepción del fracaso.

    Y me ha hecho viajar por el mundo del cine y esos distintos puntos de vista para visibilizar el fracaso desde un prisma u otro.

    Nos encontramos con 'la poética del fracaso', del perdedor, del looser, que quizá tiene sus retratos más certeros en el cine negro (PERDICIÓN, PERVERSIDAD, FORAJIDOS, EL ABRAZO DE LA MUERTE, ATRACO PERFECTO...).

    Nos encontramos con el 'fracaso del hombre común' que es consciente de su fracaso en un final amargo pero tierno (EL APARTAMENTO) o un final sin concesiones (AMERICAN BEAUTY).

    O por seguir con el cine deportivo a lo Moneyball y mirando una de las fotografías que ilustran tu excelente artículo recuerdo una peli francesa sobre la fama o el éxito a través del fracaso (LA BICI DE GHISLAIN LAMBERT)

    Desde luego Manu... nos haces pensar y reflexionar muchísimo. La frialdad del fracaso, el matar la creatividad... ufff, da pánico.

    Pero te confieso algo... me da bastante pereza (aunque terminaré viéndola) enfrentarme a Moneyball.

    Besos
    Hildy

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  4. (mi querida Hildy, te contesté hace un montón, pero acabo de ver que el comentario no se sumó, quizás porque no introduje bien el código y no me di cuenta.
    Te decía algo así como que sonaba muy bien el ciclo que esbozas sobre una posible tipología del fracaso (yo sé de tu experiencia en programar ciclos).
    Y te decía, por si sirviera de alivio que aún había algo más aburrido que una película sobre béisbol, y esto es, un partido de béisbol en sí.

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