domingo, 25 de marzo de 2012

Breve historia de América: L'éducation sentimentale

Carlos Pott


Y cuando uno ya lo vio todo, ¡melancolía!
Como yo conozco al dolor, y me habita una usual hipocondría y, en fin, me siento como un niño que en la noche de una fiesta (parado y en chaleco)... tampoco veo nunca películas que no hubiera visto antes. El otro día, sin ir muy lejos, me senté ante Mouchette que, por si no lo saben, es, mientras uno la ve, no la mejor, sino la única película de la historia del cine. Más tarde en la noche encontré en la televisión un objeto aterrador: The devil wears Prada; una tumultuosa conjunción de inquietudes (de erotismos y sus negaciones) que me han llevado hasta allí tres veces. Ejemplos: la genialidad sin genealogía de Meryl, la sosez sin paliativos de Anne Hathaway (frente a la sexualidad vigorosa de su segunda: Emily Blunt) y la oscuridad de sus conclusiones.

Anne Hathaway es, dicho sea, la estrella más improbable e irritante del nuevo Hollywood (si la idea ya suena a rancia, imaginen cuando ella la representa): al aburrimiento que inspira, se suma una carrera infausta. Solo ella podría haber conseguido un tal currículum, cuyo momento álgido es Princesa por sopresa 2; y que se haya aliado con Christoper Nolan en la nueva (y ya horrenda) entrega de su Batman, no hace sino confirmar la dirección de esta carrera abisal.

Pero, vayamos al meollo del desasosiego, ¿qué piensa esta película de la moda?, ¿cómo pretende hacernos creer que, tras la revelación, su protagonista entre en la despensita del estilo para salir vestida de esta guisa?

Parece mentira que el exceso
y la mediocridad puedan fundirse sin merma.



Otra forma del mal (de estilo más depurado).
Y esto es casi lo de menos (aun cuando yo no pueda reponerme de la visión de esos apéndices con la forma del símbolo de Chanel o de esa gorra que, como manda la confusión en que vivimos inmersos, queda sita aun en interiores), porque según la película avanza, la confusión oprime el pecho y, al final... ¡preguntas!: ¿por qué la Hathaway, tras abandonar el cetro y el oropel y regresar a la vida aldeana (aunque siempre en Nueva York), incorpora como natural la rectitud que el estajanovismo laboral y el mamarrachismo estético han inscrito en su cuerpo? Vuelve con su viejo novio, a sus viejos sueños y a su modesto apartamento, pero no renuncia a la ropa y complementos adquiridos, y ¿hay una mayor ironía que imaginar ahora al personaje enfrentarse al resto de las gentes, a las que no van vestidas como un Mr. Potato del product placement, desde su ostentosa falta de extravagancia?

Como en la narrativa de Flaubert, en el cine americano la vida y el pensamiento son profusos y casquivanos. No hay forma de descifrar el complejo ideológico que sustenta los lances bucólicos de The devil wears Prada junto al respeto reverencial por la martirología del trabajo y la estricta observancia de las tendencias. Algunos dirán, tomando el camino fácil, que la intersección de tan diversas (diatópicas y diacrónicas) voces conjuradas en cada película del mainstream puede crear monstruos de la intención y la idea, pero yo quiero creer que el poderoso Jano bifronte que es el mito del origen de los Estados Unidos (frente a la tiránica unilateralidad del republicanismo francés) ha configurado los espíritus de todos sus habitantes y pensadores.
¡Fruslerías!

Ya lo he insinuado: esta película se instala en un tratamiento indescifrable del tópico del “menosprecio de corte y alabanza de aldea” que, en el caso del cine americano, bien pudiera tomarse en un sentido inverso ("alabanza de corte y menosprecio de aldea") o, más habitualmente, en ambos sentidos a un tiempo. Se trata de rendir pleitesía a las dos américas.

A estas divagaciones he regresado viendo Abraham Lincoln (1930), del mismísimo David W. Griffith.

Es, les diré rápidamente, una película soberana.

¡Guionistas!, ¿de dónde vienen?
Corresponde, ya verán, a un cierto primitivismo del lenguaje cinematográfico, algo que no tiene que ver con su año de producción (piensen en Buster Keaton, que sigue siendo lo más alto que jamás rayó la metafísica), sino con el género, entonces balbuceante, del biopic, que tiene por fórmula la conversión de la narración en pantalla en un relato subsidiario y sintético de un otro, inabarcable, salvaje y profundo. Antes como ahora, es inusual que el biopic no haga de todo instante una declaración altisonante (y es ridículo cuando intenta vitaminizar su tempo con escenas cotidianas), pero yo rara vez he visto soluciones narrativas más directas, agudas y efectivas que las de esta película. ¿Cuántos guionistas pueden preciarse de haber escrito una frase como la que anuncia aquí el feliz alumbramiento: “¿Ha nacido niño o muerto? (Boy or dead, ¡por todos los cielos!); ¿y cuántos, aun más, de hilvanarla con la madre henchida y el niño en brazos: “Se llama Abraham”?

Grandes personajes de Indiana: Leslie Knope (semper).
Griffith, que ama su país like it is, no olvida. Nació en Kentucky, territorio que fue parte de la Confederación sureña, y donde también nació Lincoln. Pero el ínclito presidente se iría en la temprana infancia a Indiana, desde donde comandaría la Unión. Y Griffith, resuelto y sandunguero, en lugar de pedir cuentas (o de volvernos a recordar sus ideas sobre los negros, las de The birth of a nation), prefiere mostrarnos a Lincoln como un hombre que detenta un férreo carácter sureño bajo el sombrero exquisito, o bien un hombre que supo teñir de virilidad y bizarría costumbre tan mariquita como la del constitucionalismo. Así, aun antes de decírsenos que Lincoln es un leguleuyo (o, peor, un intelectual), se nos pide perdón por que lo fuera: “Pelearé contra todos. Yo también soy duro de pelar”, y se lanza a reyertas peregrinas y espasmódicas que son preludio del gozo de la fanfarronería en el bar, donde Lincoln entrará y beberá a morro de un barril de cerveza más pesado que él mismo (para lo cual tiene que rebozarse por los suelos en un desastrado ramalazo de naturalismo), justo antes de declararse abstemio.
Para la ocasión, Walter Huston.

Days of being wild.
Así es el hombre del renacimiento (americano): refinado en el pensamiento y en el amor, majestuoso en la apostura (“tallado con un hacha”, dice que decía su padre); corajudo e implacable frente al adversario político, débil y humano frente a los demonios del alma (el pensamiento, el amor, todo aquello que nos debilita y refina). No galantea con las mujeres (como aprendimos en Proust, no hay nada más gay), se limita a imantarlas; y a su adversario no solo le quita la razón, sino también la novia. Y eso que la que será esposa de Lincoln se dejaba hacer por el tal Douglas (aunque, cuando Lincoln no es nadie, ella ya intuye que la verdadera ambición de una mujer audaz sería casarse con él), y se sonroja cuando este le suelta la frase con la que una versión sublimada (y heterosexual) de Francisco Camps habría de ligar (en un mundo paralelo y más estilizado): “¿Quién no sería político con una circunscripción tan bella?”.

Ya les digo: desfallezco ante esta película. No importa que, como ocurre en el buen cine de género, sea chispeante en su primera mitad, y casi inane en la segunda (piénsese en una carrera al azar, la de Shia LaBeouf: Transformers o Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, no digo más). Habría que ser en verdad impertinente para tenerle en cuenta a algunos de nuestros más queridos maestros la última hora de metraje de sus películas (a mí, puedo decir, nada me importa, pues soy indulgente y feliz [y vuelvo a estar borracho mientras escribo]).

A los que ya he mencionado, añado otro momento en el que dan ganas de quedarse a vivir: aparece un hijo de unos diez años (en la anterior escena Lincoln se estaba casando), que interrumpe el momento en que proponen a Lincoln hacerse presidente, y le reclama para la cena. La frase de disculpa es memorable: “¿Ve, señor Feryll?, tengo otra crisis, el país y la sopa están hirviendo a la vez”. Y de la misma manera que no sé, no puedo saber, qué aprendo y qué olvido, qué ha he hecho de mí el cine americano (al que agradezco mi endémica incapacidad para todo compromiso), no sé tampoco si el pespunte rococó que dibuja el hijo a continuación es sublime o todo lo contrario: “mamá también está hirviendo”.

...un beso tuyo.
Tampoco sé si a ustedes les va a interesar esta rara avis tanto como a mí, que me siento muy ligado a la figura de Lincoln (y a la de Jefferson, y a la de George Washington, de quien Ralph Wiggum no me deja olvidar la más delicada y emocionante de las muertes... ay), a cuya razón escribí una de mis más exitosas canciones (que coincidía palabra por palabra con el título de la película de Griffith: “Abraham Lincoln”, ¡la inmortal Cristina no me dejará mentir en esto!), pero quiero (¡necesito!) pensar que sí.

Porque es como Flaubert (esto también y todo lo que gusten), y lo que escribiera justo al final de aquella novela: “C'est la ce que nous avons eu de meilleur!”

4 comentarios:

  1. Espero de esta etiqueta muchos buenos ratos, tantos como los que usted pasa, mi querido amigo, a las cuatro y pico de la mañana escribiendo esta entrada.

    Muy suyo

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    1. ¡Si usted supiera!

      Me alegra saber que a mis lectores también excita esta sección, cuyo propósito de contarlo TODO bien pudiera haberle hecho merecedora del título "América al desnudo" (tanto mejor que "Todo sobre América", prueba palmaria de que las traducciones de los títulos siempre son mejores que los títulos originales [se avecina un post]). Por otro lado, espero no haber sido el único en detectar el homenaje a Chesterton que esconde su título.

      Ahora que Cuatro ha estrenado Americana horror story (y a espera de que por fin la proyecten en cine pueden verla en pantalla más grande), no dejo de recordarles que yo escribí una maravillosa entrada a su respecto en este blog.

      Carlos

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  2. Confieso que nunca me interesó la vida de un presidente norteamericano tanto como la este señor. Y esto lo debo fundamentalmente -exclusivamente, precisamente- a tu maravillosa canción. ¡Gracias!
    Navegando por internet, he descubierto que Rossellini también hizo una adaptación al cine de la vida de otro grande -de otro de los protagonistas de tus hits musicales-: René Descartes. ¿Podría ser un futuro post?

    Hemos ganado un gran blogguero, pero qué sobresaliente letrista se ha quedado en el tintero.
    Todavía recuerdo aquellos versos: Isaaac Newton, Isaaaac, se cayó la manzana, se cayó...

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  3. Y llegaste a dar testimonio. Si bien no entiendo por qué das por acabada mi carrera musical ni, aun más, por qué la reduces a la composición, conociendo como conoces mi poderío en escena.

    Me apunto la petición, aunque tema que los lectores, siempre necesitados de fasto y escándalo, se muestren indiferentes cuando se les ponga ante los ojos la austeridad espartana del último Rossellini.

    Por lo demás, lamento que la extrañeza de este periodo, que me lleva y me trae, y que coincide con mis vacaciones, vaya a traducirse en el desamparo al que he de someterles, lectores, hasta rencontrar la serenidad precisa para seguir con esta conversación tan galante.

    Carlos

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