martes, 21 de febrero de 2012

Yo soy esa

Manuel Guedán Vidal


Don Vito ha sobrevivido al tiroteo en la frutería y está ingresado en el hospital. Cuando Michael va a visitarlo descubre que los encargados de proteger a su padre no están en sus puestos. Rápidamente, se da cuenta de lo que va a ocurrir. Cambia de habitación la camilla de su padre -con su padre dentro-  y baja a la calle. Michael aprovecha la visita casual de un panadero, viejo amigo de la familia, para apostarse en la puerta junto a él y hacerse pasar por los guardianes desaparecidos.
Se aproxima un coche. Reduce la velocidad (música de Nino Rota). Un tipo mira desde detrás de una ventanilla ahumada. Parece contrariado. El coche acelera y se marcha.
El panadero está sudando. Tembloroso, saca un cigarro; le pide fuego a Michael y este se lo da. Cuando saca el encendedor, Michael se mira la mano (primer plano). La suya no tiembla.
Lo importante no es que Michael haya salvado la vida de su padre, a quien a fin de cuentas le quedan dos telediarios, sino la toma de conciencia del protagonista de que tiene madera para el oficio de mafioso. Es la revelación que prende la película y que sintetiza, en una escena, el tema de la primera entrega: la conversión de Michael.
Sutilezas (I). Cuando un personaje se mira en un espejo
roto es que se cuestiona su identidad. No sería justo acusar
de esto solo a Wilder. Hasta el más pintado se marca una de estas.

Aquí, un servidor de ustedes está aprendiendo -con dolor- que toda escena que sintetice el tema de la película será  una escena que impúdica, esto es, embarazosa para el espectador y rentable para el crítico. Pero si esa escena no solo supone que el espectador tome conciencia de de qué va el asunto, sino también que la tome el propio personaje de la impudicia se pasa al riesgo de ridículo (ilustrar este defecto del cine con uno de los ejemplos más elegantes, lo tomo como un gesto de nobleza argumentativa por mi parte).

Lo que nos enseña este señor, capaz de lo peor -aceptarle el gatito a Marlon Brando, dejarle hablar con unas muecas que recuerdan al Bardem de Mar adentro, la ópera para los asesinatos de la primera parte y todo Tetro ,-  pero también de lo mejor -Michael y Kay por el paseo de los árboles, el portazo final y todo Duvall- es que la toma de conciencia es, a veces, un mal necesario.




Los creadores del inspector Gadget no buscaban hacer un homenaje,
sino dar una lección sobre cómo poner un gato al servicio del mal.
Para más información,revisar también la química entre Gargamel y Azrael.

Y nosotros no somos menos. Pundonor y recato, aunque con vergüenza, tiene su sección para mirarse al espejo (mirror, mirror, who's the prettiest blog in the net?)  y hablar de sí mismo.

Nuestra mano tiembla -nació vieja-, pero no se esconde -morirá joven-.

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