MGV
El otro
día, mientras paseaba por un muelle, me puse a imitar los andares de Michael
Corleone en su paseo con Kay a lo largo de una calle arbolada. Michael ha
regresado de Italia y, sin avisar, acude a buscarla al trabajo. Durante el
camino, él revela haber aceptado formar parte de su familia, pero habla como si
no lo hubiera hecho o, más bien, como si no supiera lo que hace. Kay no soporta
los eufemismos ni su fingida ignorancia y le confronta la realidad. Michael
abandona los rodeos para esgrimir su argumento final: la verdadera ignorancia
estaría en pensar que el mundo es peor que su familia.
Pero no
quiero desviarme. Lo que me interesa no son los requiebros éticos de la
conversación, ni el sinuoso renacer de la historia amorosa sino, precisamente,
los andares de Michael. Puedo ponerme paralelista y decir que las medias
circunferencias que describen sus piernas son reflejo de las medias palabras
con las que pretende deslizar su entrada en el lado oscuro, pudo afirmar
también que la variación que suena del vals de Nino Rota abre con unos bucles
melancólicos y arrastrados que se enredan en el discurso hipócrita del personaje,
pero estaría traicionando lo único de lo que sigo queriendo hablar y que es,
sin duda, lo que más me gusta del la trilogía: la manera en la que Al Pacino
mueve sus piernas en esta escena, menos interesado en avanzar que mecerse (Vean a partir de 0:40 y recuerden, si gustan, el desenlace de Un profeta).
Entonces
fui débil y pensé que el Coppola que habría especificado la distancia a la que
el coche debía seguirlos, el mismo Coppola que decidió que el carácter naif de la
conversación se encarnaran un extra con cuerpo de niño en bicicleta y su perro,
ese mismo Coppola, habría recorrido él mismo minutos antes por ese camino,
enseñándole a Pacino exactamente con qué ángulo y qué velocidad debía zarandear
sus piernas, y luego habría ordenado repetir la toma hasta la extenuación del
actor para conseguir el efecto deseado, como si en el arte existiera una necesaria
correlación entre esfuerzo y hallazgo.
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Ande yo caliente, ríase la gente. |
Nos
encanta, como espectadores o lectores, afirmar aquello de que precisamente lo
más sencillo, exige un trabajo colosal. Sentenciamos que los diálogos más naturales
de una novela, aquellos con una impresión de oralidad más notable, que parecen
calcados de la calle, exigieron en realidad horas y horas de notas, apuntes y
pulimientos hasta parecer reales. Y supongo que, en ocasiones fue así y, en
otras tantas, no. Hubo una vez un escritor orfebre encerrado en su cuarto,
encajando y tachando palabras durante meses, pero también hubo un señor que
salió a la calle y plantó una grabadora en una mesa de café o, sencillamente,
un señor con facilidad para ponerse a encadenar frases sin pensar y que sonaran
bien. Este señor, este último, es la madre de todas nuestras pesadillas porque
amenaza con hacernos sentir ridículos. ¿Y si una obra maestra apenas exigió
esfuerzo, no nos estará tomando el pelo? La velocidad y el tocino, again.
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Pero ojo, Mariscal, que una cosa es una cosa y otra es aliviarse siempre con cuatro garabatos. |
Duchamp,
con su invento del ready-made, aquellos cacharritos que montaba sin ton ni son
y que querían ser aestéticos (brillante intento, feliz fracaso), redujeron a
cenizas el valor del esfuerzo y la orientación de la voluntad autoral,
desestabilizando nuestro esquema de valores, pero hemos conseguido olvidarlos.
Explican
los críticos, cuando hablan del cine de José Luis Guerín, que aunque parezca el
hombre se ha dejado la cámara encendida en cualquier calle y nos esté cascando
por la cara un plano fijo de gente paseando durante dos minutos, en realidad son
composiciones cuidadísimas, en las que el director decide qué extra tiene qué
pasar por dónde, si en bicicleta o a pie y cada cuánto habrá un donnadie
entrando o saliendo de escena. Si ellos lo dicen, será así. Lo que me preocupa
es que necesitemos reafirmarnos en que hay un trabajo laborioso detrás, para no
sentirnos estafados. Si Guerín pone una cámara a grabar e, improvisando, pone
allí a desfilar a un puñado de mindundis y la película le queda maja, chapó.
Y si a
Rosales le da por hacer una película con actores no profesionales y sin repetir
ni una sola escena, habrá que preocuparse por el resultado, pero no por si
Rosales, lo que quiere en realidad es ahorrarse el dinero o escatimarnos
esfuerzos.
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Rosales hubiera hecho el mundo en un día. Y le sobraban seis. Eso sí, sería un mundo sin diálogos. |
Ningún
artista nos debe el sudor de su frente y estará bien que lo emplee solo en la
medida en que lo necesita para hacer algo decente. Aflojemos las envidias: los artistas
y los funcionarios, cuanto menos trabajen, como todo el mundo, pues mejor para
ellos. Por mi parte, estupendo si Pacino improvisó aquel balanceíto tan mono, o
si ni siquiera fue consciente de lo que hacía y, desde luego, bravo por los que
puedan parir una obra maestra de buenas a primeras, sin haber leído demasiado,
en media hora, sin despeinarse y mientras consultaban compulsivamente el estado
de su maltrecha economía por internet.
¿Desublimando el arte, querido? Toujours à l'avant-garde!
ResponderEliminar¿Te imaginas un hombre tumbado en una colchoneta hinchable, dentro una piscina, sosteniendo un cocktail durante una calurosa tarde de verano ? Ahora imagínalo en la misma posición, en la misma piscina y con el mismo cocktail pero en un día de invierno.
EliminarAsí serán mis posts a partir de ahora.
Sugerente idea... Habrá que confirmarla.
ResponderEliminarQué alegría verte de nuevo por aquí, Pura. Me gusta pensar que tu regreso tiene que ver con que
Eliminare he incorporado tus críticas sobre estilo y tono de los posts.
Aunque todo esto va de prueba y error y no sé cómo seguirá: gracias.
... Manuel, de los andares de Al Pacino a los intríngulis de la creación cinematográfica, merodeando en el sentido del esfuerzo y el resultado, y girando por la situación actual (... los funcionarios, artistas y recortes)... Espectacular.
ResponderEliminarAhora si me permites la frivolidad me quedo con los andares de Al Pacino no sólo en la trilogía de EL PADRINO sino en prácticamente toda su filmografía. Me vuelven loca sus andares en ATRAPADO POR SU PASADO (Carlito's Way)..., ¿hacia dónde nos llevarían esos andares?
Besos
Hildy
No he visto Atrapado por su pasado pero, me temo, es algo que no debería posponer más tiempo. Me encanta saber que compartimos el gusto por cómo este señor mueve sus piernecitas, al tiempo que me entristece -me jode, en realidad- saber qué las películas por las que las pasea últimamente harán que ni siquiera me acerque a verlas.
EliminarCasi convencida por un enunciado normativo como el que nos regalas: "ningún artista nos debe el sudor de su frente y estará bien que lo emplee solo en la medida en que lo necesita para hacer algo decente”, he recordado aquella otra frase del refranero popular que dice que “la experiencia hace al maestro” y el conflicto -nomos dialecticus- me ha puesto a pensar. Así, tu persuasivo post me ha sugerido algunas cosas:
ResponderEliminar1)Que, posiblemente, hablar del “esfuerzo” del artista sea, en sentido estricto, una imprecisión si entendemos “esfuerzo” como “trabajo” y “trabajo” como mercancía. Es posible que la búsqueda artística esté impulsada por cierto tipo de obsesión que, voluntarista como es (o como se supone que es: nadie está obligado a ser “artista”), diluiría, convirtiéndolo en el gozo de la ocupación placentera, el sufrimiento que acarrea cualquier otro trabajo realizado a contra-voluntad.
2)Que también es un tópico histórico el que relaciona el oficio del arte con la actividad contemplativa (perdóneseme el oxímoron). Así, por ejemplificar con un caso entre miles, Balzac dictaminaba en su “Tratado de la vida elegante” que en un mundo dividido en tres clases de seres […] “el hombre que trabaja” […], “el hombre que piensa” y el hombre que no hace nada (y que se dedica a la “vida elegante”), “el artista es una excepción: su ocio es un trabajo, y su trabajo un descanso; […] tanto cuando se ocupa de no hacer nada como cuando piensa una obra de arte sin parecer ocupado”.
Y estando de acuerdo contigo en tu implícita defensa del ocio (una vez que aclaramos que el ocio se opone al trabajo mecánico pero no necesariamente a la ocupación placentera y al juego), lo que de verdad me ha ocupado, al tratar de entender tu frase, es la palabra “decente”. Pues, a fin de cuentas ¿qué tipo de resultado es el que calificamos como “decente” o acertado y de acuerdo a qué criterios? Si nos desprendemos, como hijos de nuestra época, de cualquier esencialismo que otorgue mayor o menor “perfección” a un producto cultural determinado, tendremos que admitir que los criterios que califican a cualquiera de esos productos como “decentes” son tan volubles y tan confinados en su particular momento histórico como nuestro estado de ánimo en un día de lluvia. Y, por tanto, tal vez sea este esfuerzo el que ya no podemos permitirnos escatimar: el de forzarnos a consumir cualquier cosa para educar el “gusto” (ese otro concepto tan resbaladizo) con el fin de, tal vez (pues esto tampoco es seguro), aprender a distinguir lo que es más acorde con lo que pensamos que el arte (y la expresión artística) podría ser/decir en nuestro tiempo, o para, simplemente, decidir lo que a nuestro humilde entender parece “mejor”. El artista, pues, no nos debe sus sudores, pero más valdrá que un consumidor crítico de arte se tome la molestia de sudar un poco (en la recepción de lo que como arte le ofrecen) antes de decantarse por la “decencia” o la “indecencia” de lo que los “artistas” ofrecen como productos artísticos y conciben como (¡ay!: ¿quién dice que lo son?) “genialidades”.
Escrito lo anterior, no me cabe duda de que Al Pacino es un actor cuyos personajes tienen andares que resultan deliciosos de ver, e incluso (tal vez) de imitar.
Enhorabuena por tu escritura.
Abrazos,
Catalina
Querida Cata, abres el post por muchos lados, cosa que le viene bien, para denunciar sus desaciertos y apresuramientos, y me pones a mí en el brete de recoger todas las direcciones que abres, empresa que intentaré y en la que fracasaré, así que te pido disculpas por todo lo que no pueda abarcar sobre lo que planteas, tan serenamente argumentado.
Eliminar1) Posiblemente, mi problema está en que, según lo concibo hoy en día, con sus derechos de autor y sus afanes de remuneración salarial que los artistas exigen como derecho propio, entiendo la labor artística como un trabajo más (otra cosa es la obra). No sé yo cuánto de voluntarista sea esta ocupación, toda vez que parece tan importante que cobren un sueldito para poder seguir practicándola.
2)Bella cita, sin duda, para que le demos otra vuelta a lo de ser artista.
Donde digo "decente" podría decir "potable", "válido" o cualquier otra palabra que suene aún peor. En definitiva se trataba de poner una palabra vacía que sirviera de cajón de sastre para que cada cual pusiera ahí eso que tú tan acertadamente defines como el estado de ánimo en un día de lluvia y que es, realidad, el gusto. No podría estar más de acuerdo, y así lo defendí en posts anteriores, que el que tiene que sudar (entre otras cosas para pagar el IVA) es el público y no el autor.
Nadie dijo que esto del arte fuera justo, ni igualitario. Como mucho, fraternal.
Otro abrazo para ti.