Carlos Pott
(Comento aquí dos películas actualmente en cartelera: Deux jours, une nuit, con la que los hermanos Dardenne han hecho tal vez su peor película, aunque se hayan mostrado incapaces de que sea en verdad mala, y Winter Sleep, de Nuri Bilge Ceylan, que es excelente cuando le roba dilemas morales y conflictos interpersonales a Dostoievski, y bastante lamentable cuando se quiere reflejar en la dramaturgia de Bergman).
Deux jours, une nuit relata, con una habilidad especial para no juzgar
las posturas dispares de sus personajes, la historia de una mujer recién
recuperada de una depresión que tiene que convencer a los trabajadores de su
fábrica de que renuncien a una prima de 1000 euros y así no se elimine su
puesto de trabajo. Si la tesis de la película es que un sistema económico no
puede hacer depender su sostenibilidad (y la dignidad de sus miembros) de la
iniciativa individual, digamos que la imparcialidad de su exposición no sirve
solo para hacer a la tal tesis más compleja, sino que es su condición de
posibilidad. Para los Dardenne, el espacio de circulación del dinero pone a
algunos sujetos en un estado de incertidumbre y necesidad que hace imposible
valorar sus actos como morales.
Gracias, actrices que no fuisteis Marion Cotillard. |
Deux jours, une nuit es una película impecable y diáfana. Y el
entusiasmo átono con el que ha sido celebrada como una “obra maestra” es el
perfecto indicio de a) el status de
sus directores; b) la ausencia de riquezas inesperadas en su superficie nítida.
No es habitual que una película sostenga un discurso más complejo que su
estructura narrativa, ni que su planificación y sus diálogos sean depurados con
tal cuidado para no exponer directamente
sus principios (una práctica que entendemos como “elegante” y que, en efecto, apela
a nuestro esnobismo y tiene más que ver con el sistema cultural de distinción
que con la penetración intelectual). Y todo esto merece ser celebrado con firmeza
e indiferencia, y guardando siempre un je
ne sais quoi de repugnancia frente al divismo dirty chic de Marion Cotillard y su desoladora falta de imaginación
interpretativa.
En un episodio de su
anterior película, la bellísima Le gamin
au vélo, el niño del título robaba, con el apoyo de un gángster post-adolescente, un dinero con el que pretendía ayudar a su padre. Este, alarmado por la posible
procedencia delictiva del dinero, y ansioso por quitarse a ese niño de encima
para siempre, lo echa por la parte de atrás de su local, ayudándole con rudeza
a saltar un muro. Cuando el niño está cruzando al otro lado, el padre tira tras
él el fajo de billetes que, indiferente a la cámara, cae al suelo. El niño salta
y se marcha sin reparar en ello.
El niño, ser caótico y dado a la destrucción. |
Ese gesto cinematográfico
desmayado y neutro indicaba la tensión de los directores con un tema, la
materialidad del dinero, que, resuelta allí
sin apenas esfuerzo, vuelve a aparecer en Deux jours, une nuit en la insistencia con que se menciona la
cantidad exigua de la prima: 1000 euros. Esa machaconería excrementicia es el
principio de tensión de la película y nos recuerda que el cine de los Dardenne
nunca había sido, por lo demás, tan melindroso.
En La parte maldita, Georges Bataille insinúa a través de ejemplos
antropológicos una identificación entre los caracteres del dinero y de la mierda
que queda refrendada si atendemos al estatuto similar que tienen como tabúes
sociales. Decir y una y otra vez “1000 euros” implica adentrarse por una cierta
oscuridad anal. Al fin y al cabo, al elegir la cantidad, los autores quieren
subrayar su insignificancia con un propósito político, pero también con uno
narrativo, incurriendo en una mentira artística que denuncio en el nombre de
Adorno antes que en el mío: la cifra está prudentemente calculada tanto para
alarmar con el estado de necesidad de las familias involucradas como para poder
permitir a esas mismas familias rechazarla. Así que la posibilidad de renunciar
a la prima sí acaba por depender, en contraposición a la tesis central, de la
estatura moral de los implicados.
En Winter Sleep, el pobre de turno arroja al fuego el dinero que la mujer de su
casero le regala sin demasiado sustento y con cierto erotismo. El gesto del
pobre incide en una dignidad (aberrante y auto-destructiva) que le libera por
un instante de su relación de servidumbre con el dinero, pero confirma el
carácter sagrado (sacer) del mismo,
al ser ahora el objeto cuyo contacto ensucia y envilece y cuya consunción purifica.
Burgueses al chiaroscuro. |
Niño pobre henchido de resentimiento de clase. |
De los pobres, esas
personas que tienen menos dinero que nosotros (y que se lo pasaban tan bien en
la parte baja del Titanic), se pueden decir muy pocas cosas sin incurrir en
presupuestos inquietantes. Deux jours,
une nuit los condena, a
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