sábado, 18 de febrero de 2012

Posiblemente, el mejor trole del mundo.


Carlos Pott

(Parece que si sigo esperando a que el co-autor de este blog se marque un post se cumplirá el tenebroso plazo de una semana sin que tengan, fieles lectores, noticias de nosotros. Como mañana tengo varios planes que me alejarán de la escritura y hoy ya estoy borracho, no paro en mientes y les pongo aquí una reflexión que, como bien dice el título de la sección, me viene a mí reconcomiendo desde buena mañana.)

Desde que, coincidiendo con el inicio de mi vida laboral, perdí por completo toda esperanza, me han ocurrido cosas que no podía esperar: he pasado seis meses sin leer a Benjamin, me he dejado ensombrecer por la tristeza y, en ocasiones, he visto azarosamente vídeos en Youtube (diría que, en general, el azar es un infortunio -¡tan contrario a la disciplina y a la alegría!- que solo ahora me visita).
Desde que te fuiste.
 
El otro día recalé en una pieza algo grosera en la que una mujer rica monta en metro.



El vídeo, eso sí, describe con una viveza que podría parecer, en su economía de recursos, propia de la ficción, una experiencia amplificada (la señora consigue asaltar nuestra conciencia como un moralista à la française) ante la que el pobre (el espectador del programa) está llamado a adoptar una actitud defensiva (inconfundiblemente snob) que le permita soportar sus muy cabales exigencias (higiene, aclimatación... that sort of things).

Recordé al instante que quien con más asombro había imaginado la experiencia del transporte público era, nuevamente, Vincente Minnelli, en una escena musical que a mí no pocas veces me visita.

Todo en ella es una fiesta, pues no por casualidad se trata del momento más elevado de una película que aún se mantiene insuperable (en su género y en mi alma): Meet me in St. Louis. Es la primera escena en los exteriores de la casa de la familia protagonista, que atraviesa un periodo de inestabilidad económica y se plantea la posibilidad de recuperar el status perdido en la siempre prometedora Nueva York (finalmente, la decisión de quedarse será tan reconfortante y balsámica que les hará descubrir que la verdadera economía por la que una familia tiene que preocuparse es la de los afectos). En ella nos salta a la vista la principal razón que hace de Saint Louis una ciudad incomparable (razón a la que luego se sumará la Exposición Universal de 1904 que, si se cumple el deseo expresado por la más joven de la función, dejará como recuerdo valiosísimas infraestructuras):
Les aseguro que París una vez me parece más que suficiente.

la comunión espiritual en que viven sus habitantes, que participan todos de los desvelos amorosos del resto. Todavía me cuesta creer la forma en que Judy Garland gira sus muñecas para acompasar el estribillo de sus conciudadanos, o que sea capaz de emitir onomatopeyas sin abandonar el tono confesional que atraviesa (y electriza) la canción de parte a parte.

El hombre de a pie.
Y claro, figúrense, hoy todo el día pensando en el poder (mesmérico) de Minnelli para poblar terrenos de la imaginación. Lo que nos dice Minnelli subiendo a Garland al trolley de Saint Louis es lo que no sabía la rubia del vídeo: que el transporte público podría ser el ágora en el que el vulgo se desquitara de sus servidumbres diarias si este conociera otra pasión que no fuera el resentimiento.

Lo que piensa Minnelli (lo que imagina) de las ciudades es que son estados de ánimo (como la economía, que dicen), de la misma forma que en su biopic sobre Vincent Vang Gogh, Lust for life, imaginara que lo que define a un pintor es que habita un mundo que ha sido previamente pintado según el estilo que él acabará imitando. Que el pintor, por tanto, no crea ni imagina, sino que responde mimético a lo que el mundo asocia (y delira) inesperadamente ante sus ojos. La imaginación como facultad pasiva: una tesis tan atrevida (que Roger Caillois sostenía en virtud de la libertad creadora de la naturaleza, donde la belleza y el asombro son custodiados)

Las orugas agrimensoras se mimetizan
con su propio alimento y acaban devorándose entre sí.

que hace de Lust for life una película esencial, aun cuando dramáticamente insufrible.
Yo no conozco una interpretación peor.


También Meet me in St. Louis es capaz de reponerse victoriosa al depilado de cejas de su protagonista.

Pues eso, que todo el día (he ido a comer con mis padres y no he hecho caso más que de mis devaneos) preguntándole yo al mundo si había un director en el cine norteamericano que me interesara más que Vincente Minnelli. Y, oigan, que no hay manera.

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