viernes, 30 de marzo de 2012

Todos tienen su biopic menos yo.

MGV

Y si Carlos habla del biopic, yo, que tengo en mucho la coherencia interpostal del blog, (o yo, que soy muy envidioso) quiero hablar del biopic también.

El otro día una amiga mía me dijo que en una película —mainstream, aclaró— toda escena sirve invariablemente a uno de estos dos fines: descripción de personaje o avance de trama. Y no hay más tu tía.
Este esquema encuentra su variación mínima en el biopic, donde las escenas están al servicio bien de la descripción de personaje, bien del avance de la Historia; dos nociones, las de personaje e Historia con las que el género se siente en deuda y de las que sitúa, entonces, por detrás. No es que Pollock fuera una excepción total —no es Amadeus ni Il divo, quiero decir—, pero al menos tenía aquella escena del desayuno a ritmo de Sing, sing, sign en la que Ed Harris ponía a frotarse el dripping del pintor con el swing de Benny Goodman y nos enseñaba lo que podía pasar cuando el director corre a la velocidad del personaje.

 Esa deuda es solo el principio de sus problemas. El biopic tiene vocación de síntesis, lo cual le deja aún menos margen de maniobra para disimular sus objetivos y, para colmo de males, no pueden disimular su ansiedad por alcanzarlos, con lo que la trayectoria se les convierte en un terreno del que parecen querer desembarazare lo antes posible. Así que cuando llegan a su meta, la obligada muerte del protagonista, se dan cuenta de lo que han conseguido: una foto de carnet.

Década impía, que nos dejas el biopic y te llevas el fotomatón.

De su naturaleza sintética se deriva el que será posiblemente su mayor obstáculo en el camino hacia la dignidad artística del género: sus modos, si no necesariamente didácticos, sí al menos pedagógicos. Las escenas de casi cualquier película ya tienen que lidiar con la espinosa labor de significar, para que encima venga el biopic con su variante hipertrofiada: las escenas que ilustran (peores aún que las que  simbolizan; cfr Yo soy esa). Esta disfunción pone al género a dialogar con otro género sintético, uno de los más marrulleros e involuntariamente kitsch que nos ha dado el lenguaje: el libro de texto.

La figura central del cuadro es una alegoría de la libertad,
los otros tres personajes representan cada uno una clase
social de la Francia de la época y bla, bla, bla...
La dama de hierro sirve de triste ejemplo de todo ello. Para la descripción del personaje, aquel monólogo de Tatcher jovencita, delante de su marido, sobre su alergia a la cocina; para los conflictos históricos, las cortinillas publicitarias sobre las Malvinas. Y, por si no fuera poco, a modo de unión de ambas, unos zapatos de tacón en un bosque de zapatos masculinos.
Por encima del amasijo de despropósitos, eso sí, flota Meryl, la única que parecía saber que la cosa era de guasa y nos deja ver que, además de bordarlo, su avatar de la Tatcher y ella se lo estaban pasando pipa juntas.


Mundo de tiburones.
 No es cuestión de poner a Mi semana con Marilyn a la altura de La dama de hierro, pero comparten pecados. Las escenas de la película se esfuerzan por ilustrar el trabajo de los biógrafos. Ahí están todas las que sabíamos que estarían: la Marilyn ingenua, la frágil, la impuntual, la ingeniosa, la narcisista, la insegura, la cautivadora, cada una con su correspondiente momento, como si de verdad el director se hubiera creído lo de que una imagen vale más que mil palabras.
Aquí, además, a Eddie Redmayne le vale con la cara de alegre perplejidad que luce toda la película para terminar de arrojar sombra sobre la docilidad y la sumisión de Michelle Williams (¡qué le hiciste Sarah Polley a aquella actriz maravillosamente breve de Wendy y Lucy y Meek’s Cutoff!). Solo imagino a una persona capaz de llevar a buen puerto un biopic sobre Marilyn Monroe y es el hombre que mejor la dirigió en vida, deshaciendo incluso los entuertos de Billy Wilder. Han acertado: Andy Warhol.

The Turin Horse directed
by Andy Warhol
Y entre Tatcher y Marilyn, los azares de la cartelera nos mostraban que otra relación con referente es posible. Frente a las ilustrativas, sorteando incluso la obligación de significar, las escenas de The Turin horse son pura encarnación. Nada en ellas apunta fuera de su encuadre. Y nos deja aterrados y solos ante la mayor de sus revelaciones de que una mujer comiéndose una patata pueda ser solo una mujer comiéndose una patata.





También este género, también él.

2 comentarios:

  1. entre el fotomatón y mr. potato es imposible y sería toda una injusticia dejar incomentado este post. prefiero mil veces -y todo el mundo debería tener estos arrebatos de vez en cuando contra las asardinadas stars de la gran pantalla- ver a la tipa de rosa que a la de azul en cualquier futura película.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. "Incomentado", neologismo que usted acuña, querida loca del comentario, y que es la pesadilla de los blogs recién llegados, como este, que a pesar de su corta edad nació ya con un pie en el otro barrio, por las ansias de notoriedad de sus autores y su espíritu, ante todo, servicial e inseguro.

      No le digo yo que no a eso de las "asardinadas stars". Si tiene uno de esos momentos, le recomiendo volver al cine de Rosales. No encuentra uno allí un guapo ni entre los extras.

      Eliminar