miércoles, 11 de abril de 2012

Hugo o el insomnio

MGV

Hay más cine mudo en los primeros minutos de Hugo que en toda aquella película de cuyo nombre, a estas alturas, dudo que nadie se acuerde. No hace falta acudir a los homenajes más obvios (el reloj, los arquetipos del policía y la florista), basta con la escena del escurridizo niño huyendo del gendarme entre la muchedumbre y la manera en que una maleta se termina incrustando en su entrepierna.

Este no es un asunto menor en la película y debe servir aquí a una pequeña digresión. Las piernas de Sacha Baron Cohen en Hugo son a la comedia lo que las piernas de Forrest Gump eran a la épica: expresiones perfectas del modelo. La comedia es circular así como la épica es línea ascendente. De este modo, las piernas de Baron Cohen protagonizan, en una primera escena, el desencuentro entre el bueno y el malo: construyen lo risible del policía y permiten el triunfo del pillo. Al final tienen su giro y abren la puerta a la reconciliación: son la debilidad del fuerte y en repararlas está, no ya la destreza del débil, sino su función social. Representan la clave para el final circular que le está destinado a toda comedia y, más concretamente, a la versión ternurista que cultiva el último Hollywood.  
Las de Tom Hanks, en cambio, jaleadas por aquel grito isósceles que se hizo un hueco entre las expresiones predilectas de cualquier patio de colegio (corre, Forrest, corre), protagonizaban una carrera que no era sino el salto cualitativo de Forrest hacia la su meta: la normalidad.
Pero volvamos al tema. Los problemas de Hugo (aparte del que le ha creado la crítica nombrándola la tercera primera película —tras Herzog y Wenders— que hace un uso productivo del 3D) son de otro orden:
Hugo es un homenaje al cine. Hugo dice que el cine es una fábrica de sueños.
Y pretende que nos vayamos a casa sin más.
Muchos lo han intentado y casi todos han servido para que comprobemos que es muy difícil no decir tonterías cuando uno se mete en jardines como dirimir para qué sirve el cine o para qué sirve la literatura; pero una cosa es decir tonterías y otra obviar nuestro siglo y volver a la carga con la fábrica de los sueños, lo de meterse en otras pieles o el viajar a otros mundos.
Solo hay dos grupos que pueden seguir permitiéndose dichas metáforas: las campañas de difusión de la lectura y los adolescentes, las unas por el agilipollamiento sempiterno al que parecen condenadas y los otros por cursis. Y sabe Dios que mi corazón está con los adolescentes y que su cursilería está más que justificada porque no hay manera de aprender sin imitar primero.
Toma geroma pastillas de goma.
También debo confesar –y esto es una manía personal- que cada vez me causa más pudor aquello de ver un medio que se homenajea a sí mismo. Y ahí hay estupendos ejemplos para quitarme la razón —El crepúsculo de los dioses, Ed Wood, La noche americana, State and main, Un final made in Hollywood—, pero es esta una selección tramposa porque en ellas hay distancia y decadencia.
Cuando el homenaje lo hacen, no con el corazón, sino corazón en mano (Cinema paradiso, Soñadores)  es cuando uno se echa a temblar y rescata aquel simpático gesto de Eisenstein cuando decía que quería adaptar al cine El capital.
He did it his way.

Viendo Hugo, un servidor, que no descarta estar volviéndose maniático con la edad, tenía la sensación de haberse encontrado con Scorsese en el mercado del barrio y estar oyéndole decir, delante del frutero y los demás clientes, lo guapa y lo buena persona que es su madre. Y eso como que da pudor.
Aunque motivos no le faltan.
Afortunadamente, Midnight in Paris viene a quitarme la razón y a demostrar que un medio homenajeando a otros medios puede resultar igual de empalagoso.
Y aquí la segunda digresión: qué tendrá nuestra vecina Francia para haber convencido a todos de que su campiña, sus márgenes del Sena y sus baguettes son el decorado ideal para construir un tono de fábula (Irma la dulce, La bella y la bestia, War horse e incluso Le havre).
No obstante, no es del todo grave que la historia de Scorsese sea incapaz de emocionar porque el plano secuencia del principio y el virtuosismo técnico que se queda pegado a cada fotograma sirven para hacer digerible la historia del huérfano y la niña con boina de medio lado.
Pero, por favor, no bajen la guardia. Hay algo anestesiante detrás de esas metáforas, como si escondieran la intención hacer nuestra experiencia estética menos dolorosa. Alerta que quienes hablan de que el cine es una fábrica de sueños (pongan, pongan «fábrica de sueños» en el buscador de El País y luego me cuentan) lo que nos quieren colar es una de narrativa old style, que da gustito, sí, pero que es como un bosque de eucalipto.
Toda fábrica rentable abusa de la mano de obra infantil
(Este gol fue en propia puerta).

5 comentarios:

  1. La primera vez me deslicé sobre tu reflexión acerca de lo doloroso de tu experiencia estética sin más: las boutades son a los blogs de cine lo que los emoticonos a los mensajes de texto. Esta segunda vez me he tropezado con tu sufrimiento e imaginándote doliente frente a una pantalla de cine me he dicho que bien vale exigir un post específico sobre ello, aunque sólo sea para que esta comunidad cada vez más grande pueda hacer terapia colectiva.

    ResponderEliminar
  2. ¿Desidia en los modos de enunciación?¿Bofetadas al lector?¿Apósitos infames?¿Júbilo colorista?¿Abdicaciones del matiz?
    No sé qué más cosas pueden ser los emoticonos a los mensajes de texto, pero semejante afrenta exige respuesta.
    (Aún así, y bien lo sabe usted Nacho, no será para desmarcarme de su acusación que responderé, sino más bien porque si usted me pide un post, yo le diseño una página web.
    Suya,
    la Condesa de Belflor.

    ResponderEliminar
  3. Pueden ser muchas más cosas, visto el desmedido tamaño y la terrorífica movilidad que ahora ostentan, pero no viene al caso. Lo que quería reflejar es que unos y otras son desgraciadamente comunes y, efectivamente, son formas más o menos sibilinas de descuidar al lector. En cualquier caso no te negaré que la comparación es desacertada, toda vez que los emoticonos son deleznables de por si, mientras que un malintencionado escritor buscando jugar con sus lectores cumple estrictamente con el cometido de su oficio: a nadie disgustan las competiciones sofistas. No pediré disculpas por estricto convencimiento republicano y espero que las aceptes aunque sea sólo por eso. Dicho lo cual insisto en la idea fuerza de mi comentario, a saber, que si efectivamente el cine te sume en cualquier tipo de melancolía no puedes no aleccionarnos al respecto a quienes, como yo, no podemos presumir de tal afección al ver una película, actividad que en raras y contadas ocasiones nos atreveríamos a calificar como experiencia estética.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

      Eliminar
    2. Lo peor es cómo mienten cuando dicen que no van al cine como experiencia estética. ¿También le negarías esa condición al Amor? Esa es la auténtica boutade de todo esto. Se trata de una impostura, por un humilde y despreocupada, mucho más vil y preocupante.

      El dolor al que me refería no tendría tanto que ver con la melancolía, como con el vértigo, ese miedo al salto que es deseo y lo que en el vaivén nos dejamos por el camino. Pero sobre esto ya podrá usted leer en ese post con cuyo reclamo le robó usted horas, no solo a la maltrecha investigación española, sino también a mi descanso

      Eliminar